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Héctor Vega |
Observaciones preliminares: la violencia
ejercida sobre el adversario en el acto de guerra, busca su paralización mediante el
daño causado. El terror es elemento esencial del acto de guerra y forma parte de ese
daño. No existen guerras buenas o malas. Dividir las fuerzas entre fuerzas del bien y del
mal es transformar la guerra en lucha teológica. Los bombardeos de napalm en Vietnam
buscaban sembrar el terror en la población civil, de la misma manera que los ataques
mediante los V-2 sobre Londres, la bomba atómica en Hiroshima y Nagasaki, o los
bombardeos sobre las ciudades de Bremen y Hamburgo durante la Segunda Guerra Mundial. |
Seguridad
nacional
La seguridad nacional
americana recibió un duro golpe desde el interior mismo del territorio de Estados Unidos.
Su éxito, casi total, demostró la ineficacia de la estrategia de defensa y ataque
nuclear y de escudos antimisiles, frente al ataque de grupos organizados al interior de
sus fronteras, utilizando medios convencionales de ataque. Conjunto de hechos aún sin
traducción en la representación que los americanos hacen de su propia seguridad. Hasta el 11 de septiembre de
2001, fecha del atentado a las Torres Gemelas del Trade World Center en Nueva York y el
Pentágono en Washington, el mundo vivía en el temor de las crisis económicas globales.
Hoy, el tema es la seguridad frente a la amenaza de una guerra de otro tipo. La
concepción de las guerras de Estados Unidos está basada en el mito de la guerra
imperial. Esto es, la afirmación de una superioridad táctica y estratégica de tal
magnitud que, por su propio peso, conduce a la supresión del combate. Su aceptabilidad,
sin traumas ni divisiones en la sociedad americana, está dada por el único resultado
políticamente aceptable, victoria con cero muerte. Existen nociones diferentes
de seguridad y paz en el mundo. Alain Joxe[1] describe
las variantes del discurso americano y europeo. La estrategia americana de seguridad y paz
incluye una compleja trama de redes y alianzas, de aserción de los principios de
economía de mercado, penetración política y cultural del espacio de la ex-Unión
Soviética así como del espacio árabe-islámico que se activa a través del montaje de
redes transfronterizas, petroleras, islámicas o étnicas. Contrapuesta a esta noción de
seguridad, está aquella de la Unión Europea, en cuanto zona de paz entre
Estados-Naciones. Presencia europea jerarquizada sobre la base, de la proximidad o
alejamiento, pero siempre estructurada, según la noción de vecindad, la cual es el
elemento constituyente de la Unión Europea, en cuanto zona de paz entre Estados-Naciones. En las nociones descritas por Joxe hay
un elemento común: los negocios multinacionales siempre fueron parte del proyecto de
guerra imperial americano y de las nuevas formas de colonialismo de los Estados europeos.
Situación que señala la integración entre el Estado y las grandes corporaciones
transnacionales, donde el interés de éstas es parte de la política de Estado. En el
desorden de la economía transnacional y con la complicidad de los gobiernos, se gestionan
flujos financieros o se crean complejos militar industriales, aún en países reputados
enemigos de la seguridad nacional americana. Fue el caso del Irak de Saddam Hussein con el
consorcio de empresas (francesas, alemanas, suizas e italianas) que gestionó el proyecto
SAAD 16 de investigación y desarrollo por una suma superior a los 200 millones de
dólares. Hoy, un nuevo dato consolida la unión entre el Estado y los negocios: el
terror. Elemento esencial del acto de guerra, que destruye las anticipaciones y la
certitud en que se basan el mercado y los negocios. Sin embargo, se han expresado reservas
en la Coalición contra el terrorismo, que más tienen que ver con los costos y
justificaciones procesales del contrataque, que con la conciencia de problemas de Estado
no resueltos. Una economía de guerra Seguridad y política económica, son
áreas de lógicas diferentes, que exigen arbitrajes cuyos resultados, por la dificultad
de su coordinación, son impredecibles. La gran interrogante es si acaso los grandes
arbitrajes entre el Presidente y el Congreso de los Estados Unidos conducirán al
encuentro entre lo político - esto es la seguridad - y el mercado. Contrariamente a la tradición
americana que consagra el culto al régimen de mercado y de libre empresa, se producirá
una mayor intervención del Estado. Luchar por un mundo libre y democrático y al
mismo tiempo castigar a los culpables del atentado como lo proclama Bush, exige,
cuando se plantea la lucha a escala planetaria, un esfuerzo económico sin precedentes,
más propio de una economía de guerra, planificada, que de una economía de mercado. Ya
en la Coalición para la guerra del Golfo los aportes dieron lugar a duras negociaciones.
Es más, dos países - Alemania y Japón - potencias económicas mundiales, que en virtud
de tratados internacionales de la posguerra están sujetos a fuertes limitaciones
relativas al mantenimiento de fuerzas armadas nacionales, tanto por sus aportes, como por
sus implicaciones políticas, comanditaron las operaciones en la guerra del Golfo.
Situación que por los aportes de los miembros de la Coalición, que llegaron a cubrir 80%
de los gastos de guerra adicionales y de los costos atribuidos a los americanos, dejarían
a Estados Unidos - según lo propone A. Joxe en su obra, LAmérique Mercenaire - en
calidad de mercenario al cual se comandita la realización de la guerra.[2] |
Un
cheque en blanco
Pero, no sólo es la adaptación de la
economía al escenario de la guerra. Esta vez se trata de los derechos más elementales en
una democracia los que están en peligro. Las expresiones del Presidente americano al
hablar de la cruzada de las fuerzas del bien contra las fuerzas del mal inquietan al
interior de Estados Unidos y al mundo. Pues en ese escenario no hay lugar para reflexiones
sobre las causas del acto de guerra en territorio americano. Así como tampoco hay memoria
para las intervenciones en Vietnam, Centro y Sudamérica, el Caribe, el Medio y Lejano
Oriente, en fin operaciones encubiertas, asesinatos y complots contra gobiernos
extranjeros. En otro plano permanecen los problemas relativos al hambre, la pobreza, el
desempleo, las carencias en salud vivienda y educación, en fin, la explotación, que no
han cambiado en el mundo después del 11 de septiembre de 2001. En el contexto de la
guerra universal contra el terrorismo esas realidades no tienen siquiera un valor
referencial. El abastecimiento de los desplazados hacia la frontera con Pakistán es
apenas una moneda de cambio para asegurar la caída del régimen talibán.
Hoy las luchas sociales no son locales,
ni regionales, ellas son mundiales. La unanimidad tras la Coalición - lógica implícita
en el discurso americano - busca el cheque en blanco para el contraataque. Sin embargo,
sectores sociales importantes tanto en Estados Unidos como en Europa, ven con reserva los
poderes ilimitados y las condicionantes impuestas por los gobiernos al ejercicio de las
garantías constitucionales, entre otras, justo proceso, libertad de circulación, de
expresión, de información, etc. Escenario que evoca la pendiente que llevó a las peores
épocas del Macartismo en Estados Unidos. En el plano político Bush necesita el
apoyo de la OTAN y de las naciones limítrofes (Irán, Pakistán, Turkmenistán,
Tadjikistán, Uzbekistán) para iniciar operaciones sobre Afganistán. Pero estas
operaciones no pueden seguir el patrón de la Guerra del Golfo - mayor incursión punitiva
de la historia militar moderna - pues de lo que se trata es de una guerra larga de
desgaste con intervenciones puntuales de fuerzas especiales (hit and run) y operaciones encubiertas. Por su
dimensión y por los devastadores efectos que las operaciones pueden crear en la
conciencia de la población, resulta imposible pensar en esta guerra de desgaste sin una
movilización general en Estados Unidos y en Europa. Suponer que el Tercer Mundo pueda
justificar las operaciones americanas contra el terrorismo en la misma forma que la
población americana es un grave error. La conciencia sobre el acto de guerra y la
seguridad en el mundo, en zonas que fueron golpeadas con intervenciones americanas en los
últimos cincuenta años es necesariamente diferente. La conciencia sobre el acto de
guerra y la seguridad en el mundo, en zonas que fueron golpeadas con intervenciones
americanas en los últimos cincuenta años es necesariamente diferente.
Una nueva globalidad Las fallas en la respuesta global
contra Afganistán, tienen un componente cada vez más regional, donde la presión de los
pueblos, aún dentro de la esfera de influencia americana, o europea, tienden a fortalecer
las relaciones entre Estados vecinos con visiones semejantes de seguridad y paz. Los
acuerdos de la política oficial pertenecen al plano de los gobiernos, los diplomáticos y
los hombres de negocio. No es esa la lógica de los pueblos en un escenario de crisis de
los Estado-Nación, donde el neo-liberalismo ha desmantelado la economía social,
eliminando cualquier iniciativa de solidaridad. No es impensable, aún en escenarios donde
el eje de la política oficial es Estados Unidos, una mayor cercanía entre Estados cuyo
diálogo más frecuente es en torno a problemas de integración o mercado, como sería el
caso, por ejemplo, de los países del Mercosur, o del Pacto Andino. La Unión Europea, con
la consolidación del Euro, a partir del 1 de enero de 2002, aparece como escenario
regional gravitante en las relaciones con las antiguas colonias de Africa y Asia. El
cambio en las prioridades, la crisis de abastecimiento de materias primas, de energía y
de capitales, cierre de los mercados, crisis en los servicios, son incentivos para
profundizar relaciones entre socios regionales e iniciar al mismo tiempo la búsqueda de
la sustentabilidad, el desarrollo de nuevas tecnologías y de la economía rural, el
intercambio de materias primas del área, etcétera. En conclusión, la globalidad basada en
concepciones hegemónicas universales es cada vez menos factible y cede el paso a espacios
regionales diversos, e identidades, basadas en realidades étnicas, económicas, sociales,
religiosas y culturales. Proceso cuyos primeros elementos se vislumbran en las reacciones
de la sociedad civil a la crisis en Afganistán. Por eso, desde hace algún tiempo, la
humanidad vive una lucha por referentes regionales, en pugna con la antigua
globalización, donde tienden a consolidarse en una base y contrapoder social,
transversal, cada vez más amplia, lo humano, lo local y lo sustentable. [1] A. Joxe Ebranlements militaires bolivariens dans la Grande Colombie. En Revista del Centre interdisciplinaire de recherches sur la paix et détudes stratégiques (CIRPES) Paris, 1999-2000, p. 5. [2] A. Joxe clasifica la relación de los países de la Coalición según el tipo y monto de financiamiento de la guerra de Golfo. Estados Unidos es descrito como socio comanditario y mercenario dominante. Alemania y Japón, con sus contribuciones de 5.500 y 8.332 millones de dólares, respectivamente, son clasificados como socios comanditarios y mercenarios subalternos; Gran Bretaña, sería socio no comanditario pero mercenario dominante; Francia, mercenario subalterno autónomo y socio no comanditario; los petroleros árabes comanditarios dominados y los egipcios palomas satisfechas. En conclusión, por los costos de las operaciones bélicas y los procedimientos el Estado americano juega un papel de mercenario, lo cual pone en serias dudas la independencia de su liderazgo militar (LAmérique Mercenaire. Ed. Stock, 1992, ps. 376-391. |