NOTAS PARA UN MANIFIESTO SOCIALISTA

 

Héctor Vega

 

Históricamente, durante gran parte del siglo XX en Latinoamérica, los grupos económicos dominantes han recuperado, en beneficio de sus propios intereses, las demandas de decisiones de los movimientos sociales. La conducción, orientación, recuperación y negociación social de estas demandas es la tarea histórica de estos sectores dominantes. Su recuperación, en beneficio de un statu quo social, o preservación del sistema de relaciones sociales de producción, va de paralelo con el mantenimiento de las formas o instituciones políticas que sólo mucho más tarde cambian, cuando el poder económico es consolidado por las clases dirigentes y puede ser empleado como elemento compensador (o de equilibrio) de las conquistas sociales.

1.      La base social de la negociación

El Estado, en la fase moderna populista de los años 60 y comienzos de los 70, asume el costo de las políticas redistributivas o compensatorias. Es el capitalismo de Estado regulado, donde, como se ve más abajo, se postula un tipo de integración económica y política.

La base popular, en su sentido más amplio, o populista, es el sector integrador de lo político, lo social y lo económico. La desigual de distribución de los ingresos del modelo de desarrollo latinoamericano de los sesenta valida la estructura productiva heterogénea de las economías latinoamericanas. El circuito producción/consumo muestra que la clientela de pequeñas y medianas empresas está constituido, en su mayoría, por sectores de bajos ingresos.

Otros sectores sociales quedan fuera de ese circuito, son los estratos de más bajos ingresos. Se trata de los "más pobres de la ciudad" y los "más pobres del campo" y constituyen una fuerza social desestabilizante del modelo.Entre los sectores de más altos y bajos ingresos, se sitúan los sectores medios, constituidos por las profesiones liberales, los técnicos, los pequeños y medianos propietarios, los empleados calificados, los obreros especializados, etc., que emergen de la diversificación económica.

2.      El “plus” a las remuneraciones y ganancias y su costo social en el modelo negociador populista Las demandas sociales de los sectores medios y bajos están en el origen de los movimientos sociales de la última época de la industrialización moderna, pues sobrepasan las posibilidades de expansión de los sectores tradicionales. Desajuste que determina necesarias adaptaciones en el proceso de desarrollo industrial. Es en esta etapa de adaptaciones que el Estado juega un papel crucial, asegurando la viabilidad política al desarrollo de la estructura productiva heterogénea u organización de unidades productivas en estratos modernos, tradicionales e intermedios.

Si la estructura heterogénea se mantiene es porque las políticas del Estado - déficit público, programas de empleo, financiamiento internacional - aseguran la "masificación" del consumo, mediante una política de endeudamiento generalizado de los estratos medios y bajos. La estructura heterogénea se mantiene, esto es, coexisten la riqueza y la pobreza, en desmedro de la modernización de la economía. En otras palabras, hay un desequilibrio latente pues nada nos asegura que en una economía donde la tasa capital-trabajo es baja, habrá suficiente inversión para sostener el empleo a altas tasas.

Las limitaciones del desarrollo global de hace cuatro décadas, consagraban imperfecciones en el ámbito de la economía interna, pero a escala diferente de hoy en día, lo cual limitaba sus efectos, permitiendo la negociación social, esencialmente populista, entre sectores dominantes y dominados de la sociedad. En aquella época, los efectos de la externalización de los costos, las manipulaciones financieras, la intermediación innecesaria, la burocracia estatal, los trabajadores improductivos, etcétera, se contabilizaban como un plus  a las remuneraciones y asignaciones en la economía, vale decir, como un aumento de las mismas. Esto funcionaba de la manera siguiente: si el costo de la actividad no se internalizaba, la remuneración de los sectores que externalizaban el costo aumentaba precisamente en el margen que se transfería a la sociedad. De la misma manera, la manipulación financiera, que se sustraía de parte de la tributación, y que ganaba en la diferencia de valores de las monedas o tipos de cambio, agregaba márgenes a la remuneración del capital comprometido en la operación y a las remuneraciones de los operadores y grupos empresariales participantes. En ese mismo plus o agregado a las remuneraciones entraban, además, los márgenes agregados en el proceso de intermediación comercial innecesaria: los trabajadores improductivos de toda índole, incluidas las clientelas políticas enquistadas en la administración pública, etcétera.

En los años 60 y comienzos de los 70, los regímenes populistas de América Latina y Asia podían asumir el costo social implicado por ese plus, utilizando al Estado en sus políticas redistributivas. A cada peso que se invertía correspondía un monto de gastos sociales que, pegados a ella como sombra al cuerpo, explicaba, o mejor, permitía las ineficiencias del aparato productivo (urbano y rural) la externalización de los costos, el consumo superfluo de las clases dominantes, etcétera, y el desarrollo del sistema. Conjunto de gastos que en su cuantía denotaban un potencial de recursos productivos (humanos, tecnológicos, de capital) no utilizados, o irracionalmente utilizados (excedente económico potencial, a la manera de Baran).

En conclusión, el plus representaba entonces la acción compensatoria, políticamente dirigida por las clases dominantes, destinada a realizar su proyecto de negociación del status quo social y que se expresaba en remuneraciones y asignaciones de todo tipo (precio de la previsión, precio de la salud, precio de la educación, precio de la habitación, etcétera). De aquí se deduce que la distribución de ingresos es parte de la teoría del desarrollo de la producción. Por ello, a comienzos de los años 70, durante el gobierno del Presidente Allende en Chile, se trató de introducir reformas estructurales a los canales de distribución de los ingresos y de los recursos financieros de la economía mediante tres reformas estructurales fundamentales: reforma agraria, la nacionalización de la Gran Minería del cobre y la constitución del Área de Propiedad Social. Las reformas propuestas atacaban las bases del sistema de producción de la economía chilena y determinaban de manera decisiva los sistemas de remuneraciones y reparto de ganancias tanto en el mundo rural como en el mundo urbano. Del resultado de estas reformas dependía el fin de la negociación social populista.

El rescate del sistema, o restablecimiento del equilibrio interno, es tarea del gasto público (infraestructura, financiamiento directo) destinado a la valorización del capital. Lo cual supone conjuntamente, una política de remuneraciones y control del crédito interno (o en la oferta de dinero) para, de una parte, levantar el nivel de la demanda y por otra, controlar las presiones inflacionarias.

En ese contexto, las transferencias en las economías latinoamericanas, vía impuestos y precios, restablecen el equilibrio interno, pero suponen, que el déficit del sector externo se compense básicamente con una elevada entrada de capitales autónomos.

El modelo neoliberal y el mercado global imponen otros actores del proceso del proceso integracionista. Por eso, treinta años más tarde, en el ámbito de la empresa global, los procesos de la antigua negociación pierden su eficacia. El conflicto social se desplaza. Los grupos de poder local ya no necesitan negociar acuerdos con sectores de trabajadores disminuidos en su poder de negociación social, puesto que la empresa global, en países y regiones donde priman sus intereses por sobre el interés de los individuos, desplazan sus centros críticos de producción (acumulación de capitales, desarrollo tecnológico); los cuales, por efectos de acuerdos entre casas matrices y filiales o alianzas entre corporaciones dependen, ya no de la economía local, sino del mercado global, consagrando con ello una ruptura dramática entre la macroeconomía y la economía local.  

3.      La capacidad de adaptación del sistema

La expansión de los grupos económicos nacionales se correlaciona con las fórmulas proteccionistas de los estados. Ellas aparecen como el compromiso de los estados a la apuesta que libraron los grupos económicos nacionales en su expansión. Apuesta por el crecimiento de la economía y el statu quo social que se traduce en consenso, organización, legitimidad, estabilidad. En América Latina, la capacidad negociadora, o capacidad de adaptación sin fallas del sistema social, cubre gran parte del siglo XX, hasta a mediados de la década de los 70, cuando se comienzan a manifestar los primeros síntomas del endeudamiento en el continente.

En la política populista, el contenido social del cambio se acerca más a una noción de condición de vida, de condición humana que ligado a la clase social con relación a los medios de producción. En otras palabras, la negociación del statu quo social postula, la participación de los pobres, las minorías y los desposeídos en el proceso de decisiones, esto es, el populismo, donde la estructura de la sociedad permanece incólume, donde a lo más se señalan responsables a título personal, identificados como dueños de empresas, banqueros, representantes del capital internacional… Cambio populista, negociador por esencia, ausente de tensiones, contradicciones y conflictos; consagratorio de la estabilidad como valor político supremo.

4.      Crisis en el mercado de las materias primas y negociación del statu quo social

Pero la apuesta política se correlaciona con mecanismos de mercado a saber, señales de precio. Es lo que se desprende de los "movimientos de larga duración" donde las medidas librecambistas o proteccionistas son posteriores a las tendencias de alza o baja en los precios, respectivamente. Hay una apuesta a la expansión. El alza de los precios de referencia del petróleo decretada por la OPEP en los meses finales de 1973 es la apuesta de los países en desarrollo exportadores de petróleo para mejorar la tributación, los royalties y la participación de los gobiernos en los rendimientos de las compañías petroleras. Pero también estimuló la concertación de otros países productores de materias primas básicas (bauxita, bananos, mineral de hierro y en menor medida los precios del café) cuyos precios habían estado deprimidos aún en la fase de auge general.

En el curso de los años setenta se desarrollan concertaciones (CIPEC entre otras) destinadas a obtener mejores precios para las materias primas de exportación. Sin embargo, esta apuesta es tronchada por las bajas tasas de crecimiento de los países industrializados, que deprimieron las importaciones de materias primas procedentes de los países en vías de desarrollo. De esta manera, se debilitó el poder de negociación de los países en desarrollo, gravitando en el frente interno de dichas economías. En las economías latinoamericanas no exportadoras de petróleo aumentó el déficit del balance comercial, a lo cual hay que agregar el monto de los pagos de intereses y dividendos de las inversiones extranjeras, generando un mayor déficit de balance de pagos en cuenta corriente.

A partir de 1974 se inicia un proceso de endeudamiento de las economías latinoamericanas, agravado por el menor ritmo de crecimiento de las economías de los países desarrollados, cuyas consecuencias se aprecian en la década de los 80, terminando con cualquier proyecto de integración basado en mecanismos de control del mercado de las materias primas.

La privatización del financiamiento internacional, proceso que se inicia a fines de los años 60, agudizado con el embargo petrolero de 1973, agrava el endeudamiento de las economías latinoamericanas que exhiben importantes déficits en la cuenta corriente de la balanza de pagos. De allí se inicia el debilitamiento de las propuestas sociales de los sectores dominantes y su pérdida de liderazgo en la negociación del statu quo social, pues se rompe el supuesto mismo de su ejercicio, a saber, la identificación de intereses entre aquellos sectores y el resto de la población.

5.        Globalidad y pérdida de la capacidad negociadora de los sectores dominantes

La integración, en Latinoamérica, para negociar internacionalmente las materias primas, desde una posición de fuerza, había fracasado y con ello la posibilidad de negociar, al interior de las economías, transferencias (o montos compensatorios a las remuneraciones reales) a la fuerza laboral. La negociación social, a escala de país, entre sectores dominantes y explotados de la sociedad, bajo diversas modalidades, había perdido fuerza a mediados de la década de los 70. Su inviabilidad, resulta del nuevo escenario de globalización y de la fórmula neoliberal de gestión de los endeudamientos interno y externo de la economía.

La economía neo-liberal ha tratado de resolver los desajustes del nivel de la demanda efectiva mediante el incremento de tasas de interés y compresión de los salarios. Esto ha llevado a un proceso de endeudamiento crónico… Pero en su esencia, esta política, quebrando las bases del modelo "negociador populista", ha abierto el camino para que el equilibrio de los flujos de la balanza de pagos sea el mecanismo rector del sector monetario.

La globalidad de las relaciones económicas, en la década de los 90, tiene dos efectos centrales. En primer lugar, cierra definitivamente el capítulo del Estado populista, pues junto con perder eficacia negociadora, éste se hace políticamente inviable al desaparecer la función política de las clases medias en cuanto eje negociador de los conflictos sociales.

La empresa global externaliza sus costos y contribuye a la desintegración social; por eso el Estado incurre en costos sociales importantes. La empresa clásica como unidad de explotación representativa, es reemplazada en su importancia por el sector masivo de servicios, con ello se reemplaza la clase obrera, como sector social interlocutor y la clase media, pierde su influencia negociadora. La crisis de la empresa global revela la transición hacia un modo global de explotación, donde los rasgos más inquietantes son el desempleo de recursos (humanos y materiales), la desvalorización de los medios productivos locales, la depredación de recursos naturales no renovables, la contaminación ambiental, el desarrollo de los armamentos. Conjunto de problemas que el Estado populista no está en capacidad de resolver, pues la naturaleza del problema social se desplaza y se vuelve más complejo.

El conflicto social, en su raigambre tradicional de masas, esto es, sindicatos, pobladores, campesinos, estudiantes, etc., se desplaza hacia los problemas del medio ambiente y utilización de los recursos naturales, subordinación de la mujer, etc. El poder social se generaliza, la negociación de los consensos resulta problemática, cuando se incorporan elementos culturales, étnicos (pueblos altiplánicos, Chiapas, mapuches…) y las minorías. Además el modelo de consensos por el statu quo implica un liderazgo de sectores que asientan sus postulados en una fe radical en la abundancia, el crecimiento económico, pleno empleo, en fin el sentimiento generalizado que el viejo dilema de necesidades ilimitadas y recursos limitados ya no rige. Nada de eso en el mundo globalizado puede ser afirmado con certitud y por el contrario, existe un profundo escepticismo con relación al crecimiento ilimitado.

 

La transnacionalización de las inversiones, es el segundo efecto de la globalidad. Se trata de nuevos financiamientos internacionales, que reemplazan el crédito bancario internacional (omnipotente en las décadas de los 70 y 80) por las inversiones extranjeras directas.

Siendo la competitividad internacional, el criterio de implantación de dichas inversiones, la dinámica transfronteriza de las empresas es más la afirmación de un regionalismo abierto a los mercados mundiales que un mayor comercio intrarregional libre de toda restricción. El interrogante es de que manera son complementarias la estrategia de las transnacionales instaladas en las economías latinoamericanas con la expansión transfronteriza del comercio e inversiones de las empresas nacionales. En un contexto comercio libre de restricciones, el incremento de la competitividad de las empresas nacionales, la nueva gestión empresarial y la adaptación de los desarrollo tecnológicos mundiales, son factores que decidirán en el futuro la compatibilidad o incompatibilidad del gran mercado común latinoamericano, con las inversiones de las transnacionales. Estas últimas se han consolidado en los sectores minero, transporte, energía y comunicaciones.

En este contexto, para resolver la ecuación de la integración latinoamericana se requiere compatibilizar la corriente de regionalismos, la gravitación del comercio extralatinoaméricano y el crecimiento de la actividad económica de América Latina con la expansión del mercado interno. Los efectos de la crisis asiática sobre el precio de los productos básicos exportados por América Latina, profundizaron las contradicciones del comercio intrarregional, revelando la fragilidad de los acuerdos integradores.

Estos son los fenómenos reales del presente. La crisis, en su expresión financiera distingue con meridiana claridad lo que es monetario y lo que es real. Es decir, los hechos financieros de la crisis, bajo su forma de creación de deuda o licitación de activos, son de cuantía muy superiores al dinero vinculado a las transacciones comerciales ligadas a la producción de bienes y servicios. En la economía mundial, estos últimos representan no más de 10 billones de dólares anuales, contra más de 200 billones de dólares anuales de aquellos. En este sentido, lo financiero es un detonante, pero no es la crisis propiamente tal.

6.      El manejo de la Concertación durante la crisis y los trabajadores

El manejo de la economía del Gobierno de la Concertación, con alzas en las tasas de interés, durante la crisis asiática, llevó a un ajuste violento del gasto privado, a la quiebra de numerosas empresas y un desempleo importante. En un comienzo (agosto de 1999) el gobierno declaró que NO se aumentarían los recursos destinados a disminuir la cesantía, sino que se reasignarían y refolicazarían algunos recursos anunciados en el mal llamado plan de reactivación contra el desempleo. Dos meses más tarde, el gobierno anunció nuevas medidas de reactivación de la economía destinadas fundamentalmente a aumentar el gasto en la economía y específicamente en el sector de la construcción.

En noviembre el gobierno declaró que “Chile tiene todos sus equilibrios corregidos (...) la economía mostrará sus primeros índices de actividad correspondientes al pasado mes de septiembre y esta recuperación se manifestará con mucha fuerza en diciembre.”

¿Cuál es la realidad?

Las pequeñas y medianas empresas (PYMES) y talleres artesanales representan el 80% de la ocupación en Chile. Hasta ahora, sólo se han beneficiado 2500 PYMES, lo que representa 5% del total, de los mecanismos destinados a reprogramar sus deudas y obtener líneas de créditos a través del sistema financiero y según el plan de reactivación que puso en marcha el gobierno.

Las pequeñas empresas han cargado con el peso del ajuste económico que ha vivido Chile. Mas del 80% de las empresas que han quebrado en 1998 y en el curso de 1999, son PYMES y una proporción importante de los nuevos desempleados existentes en el país son ex trabajadores de pequeñas y medianas empresas.

En junio de este año el desempleo en la construcción llegó a 24% y el promedio de desempleo de todos los sectores, según anunció el Instituto Nacional de Estadísticas en noviembre, fue de 11,4%, esto es, 660.000 trabajadores.

¿Qué manifiesta la tendencia?

La economía chilena no genera empleos y la fuerza laboral crece.

La magnitud del problema se desprende de la tendencia, pues si se examinan las cifras en 12 meses, se percibe que entre julio y septiembre del año pasado y ese mismo período de 1999, el número de desempleados creció en 250 mil personas.

Agreguemos que la tasa de desempleo está camuflada por la mayor generación de empleos temporales. Las regiones con mayor tasa de desempleo son la Vª Región, seguida por la VIIIª Región y la IIIª Región.

La situación de crisis ha afectado los derechos colectivos de los trabajadores, tanto en sus posibilidades de negociar colectivamente como de utilizar el derecho a huelga como medio de presión.

La situación de crisis ha golpeado seriamente la organización sindical y los medios que franquea la ley para hacer valer los derechos de los trabajadores.

a) La variable de “politización del conflicto laboral”, como causa de dificultades en la marcha de la empresa, cede como causa principal a la “situación económica de la empresa”.

b) Se observa un sostenido aumento del uso del art. 369 del Código del Trabajo (1998, 1999) que permite en cualquier momento de la negociación, y por la sola voluntad de los trabajadores, acogerse a mantener las condiciones de la negociación anterior por 18 meses sin reajustabilidad.[1]

c) Cada vez hay contratos por períodos mayores de tiempo y también es cada vez más frecuente que se dé el adelantamiento de las negociaciones colectivas, las que terminan con la firma de convenios y no contratos colectivos.

d) Cada vez son más numerosos los casos de pedir permisos sin goce de remuneración a cambio de mantener el empleo. También hay acuerdos en que se suspende el acceso a determinados bonos o beneficios.

e) Han habido casos en que la planilla se ha reducido con el concurso de los propios dirigentes sindicales, los cuales sirvieron como ministros de fe para los finiquitos y lograron que se fueran los trabajadores menos calificados, los trabajadores de menor antigüedad o los que tendrían menor dificultad en encontrar un nuevo empleo.

7.      La apertura de la economía y la crisis han afectado seriamente los sindicatos

En 1992 habían 724 mil trabajadores adscritos a sindicatos. En 1998 bajaron a 601 mil. Es decir 120 mil trabajadores se restaron a la organización sindical. La vulnerabilidad de la economía ha cobrado un alto costo a lucha reivindicativa.

a) Cada vez hay más dificultades para tener el núcleo básico para sindicalizarse, pues hay una tendencia cada vez mayor a tener más empresas pequeñas. Entre las causas se cuentan el proceso creciente de desconcentración, de filialización y de encadenamientos productivos.

b) Han aumentado las líneas de subcontratación y con ello la precariedad del empleo, en lo que respecta al tipo de contrato y a la estabilidad.

c) la apertura económica, aumenta no sólo la incertidumbre de los trabajadores, sino que también en las empresas sobre sus propios negocios.

d) las quiebras de empresa y los ceses de faenas aumentan la precariedad e incertidumbre entre los trabajadores.

Se buscan soluciones alternativas. Así como ha bajado el número de trabajadores sindicalizados, se ha casi duplicado el número de organizaciones, de trabajadores independientes que se juntan para negociar con el municipio, el Ministerio de Vivienda, etc....

¿Es posible lograr la equidad en el actual sistema neoliberal?

La evidencia existente para Chile demuestra que en el período 1990-1996, las remuneraciones se reajus­taron por debajo de los incrementos de productividad: 3,9% contra 4,1%. En 1998, las remuneraciones reales subieron 2,4%, casi la mitad del ritmo de incremento de la productividad laboral media (5%).

8.        Crecimiento rápido en la economía no es sinónimo de mayor desarrollo.

La economía chilena, con un promedio de 7% anual - para el período 1990-1996- recrea procesos de concentración de ingresos que ponen un interrogante sobre el estilo de desarrollo o condiciones en que se gesta la reproducción social del trabajo. En 1997, el Producto Interno Bruto creció 6,9% y en 1998, pese a la crisis asiática, 3,4%. En 1999, el PIB tuvo un crecimiento negativo, -1,5%. Con tasas de inflación para esos tres años de 6% 4,7% y 3,5% respectivamente. Sin embargo, la desigualdad de los ingresos entre el 20% más rico de la población y el 20% más pobre, es de 14 veces (!)

¿Cómo se puede explicar que en una de las economías de mayor crecimiento del mundo, 7,2% anual promedio, el 30% de más altos ingresos se reparte el 6,6% del crecimiento de la economía y el 70% de los chilenos sólo obtiene 0,6% de dicho crecimiento cada año?

Es más, en este mismo país, 600 mil jubilados no alcanzan una canasta familiar, esto es se encuentran en la indi­gencia sin que les alcance para comer después de haber trabajado y cotizado durante una vida.

9,1% de la fuerza de trabajo que labora como de­pen­diente a jornada completa gana el salario mínimo (SM). Si a ellos se agrega, quienes tienen ingresos hasta 1,2 veces el SM, para cuantifi­car el tamaño del segmento impac­tado por los ajustes de esta va­ria­ble, la cantidad de trabajadores afectados supera el 15% de la fuerza de trabajo.

Los recepto­res del SM se encuentran predo­mi­nantemente en el mundo rural, tienen bajos niveles de educa­ción y un grupo importante son jó­venes. Las mujeres representan 23,7% de los trabajadores que ganan el ingreso mí­nimo o menos. Sectorialmente, la agricul­tura cuenta con un porcentaje impor­tante de traba­jadores afectos al SM: 24,9%. Los receptores del SM laboran en empre­sas pequeñas y en un elevado por­centaje no tie­nen contrato de trabajo, esto es, per­tenecen al mercado in­formal del trabajo. La Región Metropolitana es la que concen­tra el mayor número de personas en esta situación.

Concluimos:

La crisis asiática significó la pérdida de importantes mercados, la baja brutal del crecimiento económico, la destrucción de parte del capital físico de la nación, cesantía y pobreza. Chile no estaba preparado para enfrentar la globalidad. Esto demuestra la fragilidad de nuestro sistema económico – ningún país ha llegado a la industrialización basado en la exportación de materias primas – y la urgencia de resolver problemas tales como la reinserción laboral, la capacitación en los sectores deprimidos de la economía. Demuestra además el colapso de la economía local – caso de las comunas mineras de Chañaral, Taltal, Lota, entre muchas otras – y la necesidad de programas de reconversión económica y de programas sociales de apoyo relativos a jubilaciones anticipadas, salud, vivienda, educación.

Para lograr todo ello se requiere de un movimiento social vasto y organizado para eliminar el contrapeso de las organizaciones patronales y su poder financiero, eliminar el control monopólico de los medios y la telecomunicación pues ellos vuelcan ese poder en manipulación social y presión política.

Conjugar progreso económico y justicia social, esto es, crecer con equidad, requiere de una vasta movilización social y concretar un proyecto político que encauce ordenadamente las grandes transformaciones sociales que Chile requiere. Democratizar y asegurar la participación real del pueblo en dichas transformaciones, iniciar la transición hacia la democracia, hacer realidad la aspiración del 57% del país que dijo NO a la dictadura en 1988, significa ejercer soberanamente el derecho del pueblo al plebiscito (Art. 5º de la Constitución de 1980), instalando un poder que redefina las estructuras políticas y concretamente: cambie el modelo económico y supere la injusticia social; imponga la verdad y la justicia en materia de Derechos Humanos; derogue el decreto de Amnistía; redefina el papel de las FF.AA actualmente erigidas en Poder del Estado otorgando al Jefe del Estado la atribución constitucional de remover en sus cargos a los Comandantes en Jefe de las FFAA; elimine el sistema de senadores designados; consagre el sistema de elección proporcional y elimine el sistema binominal; permita el pleno ejercicio de sus derechos políticos a los ciudadanos chilenos viviendo en el extranjero; establezca la elección directa de los Alcaldes; consagre una verdadera regionalización y no una de papel como la que actualmente existe; dicte un nuevo Código del Trabajo; dicte una nueva Ley de Impuesto a la Renta y nuevo régimen tributario para las compañías extranjeras del cobre; ponga término a las privatizaciones de las principales empresas del Estado (Sanitarias y Codelco, entre las más importantes); consagre la defensa del medio ambiente y de las riquezas naturales generando políticas públicas definidas; otorgue estatus constitucional autonómico a los pueblos originarios de Chile (mapuches, altiplánicos, rapa nui).

Estas son las tareas pendientes, que permitirán transitar consecuentemente hacia la democracia. Por eso, el tercer gobierno de la Concertación, deberá convocar a plebiscito. No es el creci­miento de la eco­nomía el que automáti­camente resolverá el problema. En el mo­delo neoli­beral la po­breza se trata como un re­siduo irremediable del cre­cimiento. Existe cada vez más concien­cia que el desarrollo actual no conduce al desarrollo de todos. ¿ Qué tipo de desarro­llo que­remos ?, ¿ Qué creci­miento implica ese desarro­llo ? ¿ Cuales son las tasas de ganancia que consagra el sistema ac­tual, los niveles de sala­rios, las con­diciones de trabajo, la respon­sabilidad me­dioambiental de la empresa, su entorno físico, ha­bitacio­nal?

Como respuesta, el tercer gobierno de la Concertación ha revivido el PEM y el POJH de la dictadura y eso como solución es reconocer que aún viviemos en la creencia que el modelo neoliberal dará una respuesta al subdesarrollo y la pobreza. Modelo neoliberal que no sólo, no ha sido abandonado por la Concertación, sino que se han buscado todas las justificaciones para profundizarlo con su secuela de injusticia y explotación.

Los interrogantes que plantemos, se imponen en un sistema en el cual se ha separado brutalmente lo macroeconómico y lo microeconómico. Por eso conviene preguntarse si seremos capa­ces de dar un contenido concreto a la pobreza, situarla terri­torialmente y en su rela­ción con el desa­rrollo de ciudades en donde conviven las callampas de los desplazados del campo y los agentes de los sectores modernos de la economía.

En fin, nuestra inquietud fundamental es: ¿ cómo democrati­zamos la sociedad y abrimos oportunidades al tra­bajo, a la cultura, y a la vida?

 

[1] El 10 de marzo de 1999 los cinco sindicatos de la División El Salvador de CODELCO, resolvieron aprobar la proposición de la administración para congelar los sueldos y beneficios de los trabajadores en 1999. Los trabajadores aprobaron la prolongación del convenio vigente desde 1996 y el congelamiento del IPC durante 1999. De un universo de 1847 trabajadores, 1258 votaron por la aprobación, 129 la rechazaron y cuatro votaron en blanco o anularon su voto. Según los acuerdos, si el cobre llega a un promedio de 73 centavos de dólar durante 1999 se devolverá a los trabajadores el ciento por ciento del IPC congelado. Si el precio no llega a ese nivel, los reajustes se otorgarán durante el segundo semestre de 2001, en un 50% y en el primer semestre del 2002, el otro 50%.